RETIRO EN LA OLIVA

CRÓNICA DEL RETIRO (septiembre 2022)

Es un septiembre muy caluroso este año inusualmente caluroso. Y septiembre ha sido el elegido para nuestro Retiro de Silencio.

Este es siempre un encuentro muy especial: nuestro P. Daniel nos da unas charlas cargadas de ecos. Luego nosotros, a lo largo de dos días en completo silencio, buscamos la Palabra detrás de los ecos. Los ecos son ese sendero escondido, casi borrado, casi un susurro, que nos llevan a Casa.

Empezamos a las diez de la mañana, como siempre. Es bueno reencontrarnos, reconocernos. Recordar que estamos en una escuela de amor. Este año es un buen año; casi todos los hermanos y hermanas hemos podido acudir al encuentro. A los pocos que no han podido hacerlo, los llevamos siempre presentes.

Sentados ya en torno a la mesa, lo primero es orar. Palabras de unidad, de recuerdo de los ausentes y de Aquel que nos une a todos en su amor.

El P. Daniel toma la palabra. El tema de este año es el Cantar de los Cantares. Libro entre los libros para la tradición cisterciense. Hora era ya de que nos adentrásemos en su belleza y sus metáforas. Palabras de amor en una historia de amor: la del Amado con cada uno de nosotros.

 Hecho el silencio tras la charla de Daniel, nos dispersamos por los recovecos del monasterio, cada uno buscando un rinconcito de paz donde escuchar lo profundo.

Las campanas del monasterio suenan como la voz de una Presencia invisible. La misma que resuena adentro, al fondo de nosotros mismos.

A mediodía nos reunimos en torno a la comida. Comemos en silencio. Al principio resulta extraño, pero es la manera de mantener esa atmósfera especial que permite escuchar lo inaudible.

El silencio se ahonda si le das espacio: cada vez es más fácil, cada vez es más hondo.

Por la tarde, vuelve el P. Daniel. Seguimos el camino de la amada y el amado por los montes y collados. Oímos su voz, vemos su sombra. Los seguimos por las sendas del amor.

El atardecer nos encuentra unidos en el silencio. También las piedras del templo callan, aunque han escuchado las oraciones de siglos.

El silencio no se hace. El silencio se recibe como un don. No podemos hacer silencio: sólo podemos quitar lo que no es silencio, quitar ruidos, callar palabras. Y entonces el silencio brota: está ahí. Es.

Es como la noche: quita las estrellas, el resto es noche.

Ahora la noche se posa sobre nuestro reposo y a veces el silencio nos abre a memorias de lo que no queríamos recordar.

Las Completas pacifican y nos traen el perdón de lo no resuelto.

El Gran Silencio de los monjes recoge nuestros pequeños silencios y los ampara. El silencio ama el silencio. Y nos ama a nosotros. Aunque a menudo nosotros lo traicionemos.

Antes de que el día se abra, ya oramos, monjes y laicos unidos. Oración que late en el silencio de la noche. También las estrellas, sobre las piedras del templo, guardan silencio. Las estrellas y las piedras se aman en ese silencio. Nosotros pasamos de puntillas sobre ese milagro.

El silencio es comunión. Las palabras son individuales, son de quien habla. El silencio es común, es compartido, es una obra de todos. Es amor fraterno hecho realidad. Si yo hablo, no rompo sólo mi silencio; rompo el silencio de todos. El silencio es un templo que todos hacemos y que cobija a Dios.

Después de Tercia, volvemos a la sala con el P. Daniel. Ultimamos una historia infinita. Tocamos las postreras notas de una sinfonía inacabable.

“Las palabras de amor son pocas y se repiten siempre” dijo Carlos de Foucauld. Como los amantes que pronuncian sus nombres vez tras vez y se repiten sus tequieros todos los días, a todas las horas.

Apenas nos queda tiempo antes de la Eucaristía, pero lo aprovechamos para compartir un poco de lo que ha resonado en el corazón de cada hermano y hermana. Los ecos de los pasos del Espíritu por nuestro humilde y mínimo camino de silencio.

La Eucaristía lo contiene todo: la Palabra y el Silencio.

Callaré: no hay palabras para ella.

A la salida de la celebración, banquete de amor verdadero, ha concluido el tiempo del silencio. Es ahora tiempo de compartir, tiempo para el hermano, para la hermana.

Y si se comparte alrededor de una mesa cargada de viandas, esmeradamente preparadas por el Hermano Heber, la alegría crece como el sol a mediodía. Y podemos repetir: ¡qué alegría, qué delicia convivir los hermanos unidos!

Finalmente, la tarde nos va devolviendo a cada uno a nuestras calles. Como semillas dispersadas por el viento del Espíritu, nos alejamos del monasterio.

Pero las cosas son del Espíritu son así: la distancia no nos distancia, no tiene poder sobre el amor. Y la oración, como el silencio, nos mantiene unidos en el Uno.

Donde está un hermano o hermana, allí estamos todos con él. Creo que esa es la realidad más honda de la Fraternidad, su verdadero significado.