LA CERTEZA DE SER ESCUCHADOS

CATEQUESIS SOBRE LA ORACIÓN – PAPA FRANCISCO

Hay una contestación radical a la oración, que deriva de una observación que todos hacemos: nosotros rezamos, pedimos, sin embargo, a veces parece que nuestras oraciones no son escuchadas: lo que hemos pedido – para nosotros o para otros – no sucede. Nosotros tenemos esta experiencia, muchas veces. Si además el motivo por el que hemos rezado era noble (como puede ser la intercesión por la salud de un enfermo, o para que cese una guerra), el incumplimiento nos parece escandaloso. Por ejemplo, por las guerras: nosotros estamos rezando para que terminen las guerras, estas guerras en tantas partes del mundo, pensemos en Yemen, pensemos en Siria, países que están en guerra desde hace años, ¡años! Países atormentados por las guerras, nosotros rezamos y no terminan. ¿Pero cómo puede ser esto? «Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada» (Catecismo de la Iglesia Católica, n.2734) Pero si Dios es Padre, ¿por qué no nos escucha? Él que ha asegurado que da cosas buenas a los hijos que se lo piden (cfr. Mt 7,10), ¿por qué no responde a nuestras peticiones? Todos nosotros tenemos experiencia de esto: hemos rezado, rezado, por la enfermedad de este amigo, de este papá, de esta mamá y después se han ido, Dios no nos ha escuchado. Es una experiencia de todos nosotros.

El Catecismo nos ofrece una buena síntesis sobre la cuestión. Nos advierte del riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe, sino de transformar la relación con Dios en algo mágico. La oración no es una varita mágica: es un diálogo con el Señor. De hecho, cuando rezamos podemos caer en el riesgo de no ser nosotros quienes servimos a Dios, sino pretender que sea Él quien nos sirva a nosotros (cfr. n. 2735). He aquí, pues, una oración que siempre reclama, que quiere dirigir los sucesos según nuestro diseño, que no admite otros proyectos si no nuestros deseos. Jesús sin embargo tuvo una gran sabiduría poniendo en nuestros labios el “Padre nuestro”. Es una oración solo de peticiones, como sabemos, pero las primeras que pronunciamos están todas del lado de Dios. Piden que se cumpla no nuestro proyecto, sino su voluntad en relación con el mundo. Mejor dejar hacer a Él: «Sea santificado tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad» (Mt 6,9-10).

Y el apóstol Pablo nos recuerda que nosotros no sabemos ni siquiera qué sea conveniente pedir (cfr. Rm 8,26). Nosotros pedimos por nuestras necesidades, las cosas que nosotros queremos, “¿pero esto es más conveniente o no?”. Pablo nos dice: nosotros ni siquiera sabemos qué es conveniente pedir. Cuando rezamos debemos ser humildes: esta es la primera actitud para ir a rezar. Así como está la costumbre en muchos lugares que, para ir a rezar a la iglesia, las mujeres se ponen el velo o se toma el agua bendita para empezar a rezar, así debemos decirnos, antes de la oración, lo que sea más conveniente, que Dios me dé lo que sea más conveniente: Él sabe. Cuando rezamos tenemos que ser humildes, para que nuestras palabras sean efectivamente oraciones y no un vaniloquio que Dios rechaza. Se puede también rezar por motivos equivocados: por ejemplo, derrotar el enemigo en guerra, sin preguntarnos qué piensa Dios de esa guerra. Es fácil escribir en un estandarte “Dios está con nosotros”; muchos están ansiosos por asegurar que Dios está con ellos, pero pocos se preocupan por verificar si ellos están efectivamente con Dios. En la oración, es Dios quien nos debe convertir, no somos nosotros los que debemos convertir a Dios. Es la humildad. Yo voy a rezar pero Tú, Señor, convierte mi corazón para que pida lo que es conveniente, pida lo que sea mejor para mi salud espiritual.

Sin embargo, un escándalo permanece: cuando los hombres rezan con corazón sincero, cuando piden bienes que corresponden al Reino de Dios, cuando una madre reza por el hijo enfermo, ¿por qué a veces parece que Dios no escucha? Para responder a esta pregunta, es necesario meditar con calma los Evangelios. Los pasajes de la vida de Jesús están llenos de oraciones: muchas personas heridas en el cuerpo y en el espíritu le piden ser sanadas; está quien le pide por un amigo que ya no camina; hay padres y madres que le llevan hijos e hijas enfermos… Todas son oraciones impregnadas de sufrimiento. Es un coro inmenso que invoca: “¡Ten piedad de nosotros!”.

Vemos que a veces la respuesta de Jesús es inmediata, sin embargo, en otros casos esta se difiere en el tiempo: parece que Dios no responde. Pensemos en la mujer cananea que suplica a Jesús por la hija: esta mujer debe insistir mucho tiempo para ser escuchada (cfr. Mt 15,21-28). Tiene también la humildad de escuchar una palabra de Jesús que parece un poco ofensiva: no tenemos que tirar el pan a los perros, a los perritos. Pero a esta mujer no le importa la humillación: le importa la salud de la hija. Y va adelante: “Sí, también los perritos comen de lo que cae de la mesa”, y esto le gusta a Jesús. La valentía en la oración. O pensemos también en el paralítico llevado por sus cuatro amigos: inicialmente Jesús perdona sus pecados y tan solo en un segundo momento lo sana en el cuerpo (cfr. Mc 2,1-12). Por tanto, en alguna ocasión la solución del drama no es inmediata. También en nuestra vida, cada uno de nosotros tiene esta experiencia. Tenemos un poco de memoria: cuántas veces hemos pedido una gracia, un milagro, digámoslo así, y no ha sucedido nada. Después, con el tiempo, las cosas se han arreglado, pero según el modo de Dios, el modo divino, no según lo que nosotros queríamos en ese momento. El tiempo de Dios no es nuestro tiempo.

Desde este punto de vista, merece atención sobre todo la sanación de la hija de Jairo (cfr. Mc 5,21-33). Hay un padre que corre sin aliento: su hija está mal y por este motivo pide la ayuda de Jesús. El Maestro acepta enseguida, pero mientras van hacia la casa tiene lugar otra sanación, y después llega la noticia de que la niña está muerta. Parece el final, pero Jesús dice al padre: «No temas; solamente ten fe» (Mc 5,36). “Sigue teniendo fe”: porque la fe sostiene la oración. Y de hecho, Jesús despertará a esa niña del sueño de la muerte. Pero por un cierto tiempo, Jairo ha tenido que caminar a oscuras, con la única llama de la fe. ¡Señor, dame la fe! ¡Que mi fe crezca! Pedir esta gracia, de tener fe. Jesús, en el Evangelio, dice que la fe mueve montañas. Pero, tener la fe en serio. Jesús, delante de la fe de sus pobres, de sus hombres, cae vencido, siente una ternura especial, delante de esa fe. Y escucha.

También la oración que Jesús dirige al Padre en el Getsemaní parece permanecer sin ser escuchada: “Padre, si es posible, aleja de mí esto que me espera”. Parece que el Padre no lo ha escuchado. El Hijo tendrá que beber hasta el fondo el cáliz de la Pasión. Pero el Sábado Santo no es el capítulo final, porque al tercer día, es decir el domingo, está la resurrección. El mal es señor del penúltimo día: recordad bien esto. El mal nunca es un señor del último día, no: del penúltimo, el momento donde es más oscura la noche, precisamente antes de la aurora. Allí, en el penúltimo día está la tentación donde el mal nos hace entender que ha vencido: “¿has visto?, ¡he vencido yo!”. El mal es señor del penúltimo día: el último día está la resurrección. Pero el mal nunca es señor del último día: Dios es el Señor del último día. Porque ese pertenece solo a Dios, y es el día en el que se cumplirán todos los anhelos humanos de salvación. Aprendamos esta paciencia humilde de esperar la gracia del Señor, esperar el último día. Muchas veces, el penúltimo día es muy feo, porque los sufrimientos humanos son feos. Pero el Señor está y en el último día Él resuelve todo.

El Camino  Cisterciense,

ANDRÉ LOUF

Comentario al capítulo 8:

Otium negotiosissimum. Un descanso muy laborioso

Nota: antes de leer este comentario, es aconsejable leer el capítulo 8 del libro citado.  Y aun mejor leer el libro entero.

Sobre el Trabajo y el Equilibrio de Vida

Se podría decir que, André Louf, en los capítulos anteriores del libro describe el núcleo de la vida cisterciense, lo esencial del carisma a nivel espiritual.  Pero no podemos olvidar que el lema y leitmotiv que describe la vida benedictina/cisterciense es “Ora et Labora.  Ello nos indica que la vida cisterciense se desarrolla y se sostiene por estas dos columnas: Oficio Divino-Lectio Divina y Trabajo. 

El capítulo 8, está dedicado al trabajo y, a lo que los  laicos hemos dado en llamar, “Equilibrio de Vida”.

En la vida monástica, una de las soluciones para conseguir este equilibrio es tener una jornada muy organizada y seguir estrictamente un horario, cuyo objetivo no es otro que distribuir el tiempo de forma que facilite este equilibrio. 

Todos estaremos de acuerdo en que éste parece ser un escollo muy difícil de superar en la vida de un laico cisterciense en el mundo.

Desarrollaré este comentario siguiendo las diferentes secciones con las que André Louf divide este capítulo.

1. La Oración de las Horas

El Oficio Divino – la liturgia de las horas – es el motor de arranque de la jornada y el esqueleto que sostendrá y alentará toda la vida; lo que marcará el ritmo. Y este ritmo exige una alternancia constante entre el trabajo y la oración.

Sin duda esta alternancia crea una gran dificultad y una continua ascesis.  ¿Pero qué es lo que crea tanta dificultad en esta alternancia? En mi opinión quizás sea que nos atrapa más el trabajo que el deseo ardiente de dejarlo todo para estar “solo” con Jesús.  La facilidad con la que dejamos el trabajo para ir a la oración pudiera ser el termómetro que mide la temperatura de nuestro amor, igual que dos enamorados no dudan en dejarlo todo, sino que esperan impacientes el momento de encontrarse de nuevo a solas, (no hay que preferir nada al Oficio Divino…. No preferir nada al amor de Cristo”). En otras palabras: amar a Cristo es amar la oración y estar dispuestos a dejarlo todo para estar con Él en la intimidad, y sin que nada reclame nuestra atención, escucharle y responderle.

Por supuesto, viviendo en el mundo, el horario convendrá adaptarlo a nuestras circunstancias y responsabilidades personales. A mí me ayuda mucho marcarme un horario, si bien éste debe ser absolutamente flexible a los avatares e imprevistos de cada jornada y sin rigideces en el cumplimiento. Pero del mismo modo que cuando estamos enamorados, nos angustian los inconvenientes y los retrasos en el encuentro con la persona amada, lo mismo deberíamos sentir por las interferencias en nuestros tiempos de oración. 

Es cierto que es un gran consuelo tener la certeza de que Jesús también está con nosotros mientras trabajamos o atendemos nuestras responsabilidades familiares y sociales aunque no podamos prestarle esa exclusividad en la que  descansa nuestro espíritu y nos hace más fácil sentir su presencia.

Me ha llamado mucho la atención este comentario: “La obra de Dios (Opus Dei), llamada así no sólo porque está totalmente consagrada a Dios, sino también y sobre todo porque Dios mismo actúa a través del corazón que se abre a él”. ¡Dios trabaja más fácilmente en nuestro corazón cuando nosotros descansamos en Él!

Todo lo comentado me suscita una pregunta y un reto: ¿Es posible adaptar el modelo cisterciense a la vida de un laico cisterciense?

2. “A otras horas el trabajo manual” –  3. “In omnibus réquiem… Reposo en todo”

En estas secciones André Louf, nos presenta una revisión histórica del conflicto para regular y compatibilizar el trabajo y la oración.  San Benito lo resuelve garantizando un tiempo de ocho horas al trabajo.  Pero lo que me ha resultado realmente inspirador es la actitud que nos propone Guerrico de Igny: “En todo trabajo busca el reposo del alma: mientras rezas anhela el trabajo, mientras trabajas anhela la oración, uniendo a Marta y María en una sola persona.”

También en la vida monástica hay muchas veces conflicto entre la oración y el trabajo.  Incluso en el monasterio es difícil encontrar este equilibrio.  Me consuela este hecho, porque nos revela que es una dificultad que tiene que ver más con nuestras actitudes que con la realidad en la que vivimos.  Y eso significa que como laicos cistercienses también podemos superarla.

Un nuevo reto se abre ante mí: orar anhelando trabajar para Dios; trabajar anhelando descansar en Dios.  En esta disposición estamos siempre con el corazón puesto en Dios.   ¿Podríamos llamarlo vida contemplativa? ¿Oración continua e incesante?

4. “Un trabajo saludable”

El trabajo es necesario para “sanar” la vida espiritual.  Es necesario para que nuestra espiritualidad se humanice. El trabajo es redentor. El trabajo nos une a la creación de un mundo nuevo. De nuevo, Guerrico da un enfoque del trabajo que los laicos cistercienses deberíamos adoptar: “El trabajo es una carga que, lo mismo que un peso para los barcos, da estabilidad y equilibrio a los corazones intranquilos, y además se establece y se pone en orden el estado del ser exterior”.  Juan Casiano habla del trabajo “como un áncora capaz de dar estabilidad al casco del corazón, sobre las aguas tumultuosas del pensamiento.”

¡Que gran sabiduría aplicable a nuestra propia vida!

Y aquí va el nuevo reto:  El trabajo puede ser oración. Transformar nuestra experiencia del trabajo en una gracia transformadora que nos une al Creador y nos redime. 

5.  Un equilibrio que hay que buscar

Esta sección parece haber sido escrita para nosotros, los laicos cistercienses.  Creo que deberíamos leerla con frecuencia para aprender a situar el trabajo en el lugar que le corresponde.

Los laicos cistercienses deberíamos estar atentos, al igual que los monjes cistercienses, para que el trabajo no se apodere de toda nuestra voluntad y de nuestro tiempo. La fórmula es estar enamorado de la lectio y la oración… y en lugar de caer en el activismo, entregarse al amor.

El peligro es crear un ídolo del trabajo y enamorarse de él.  Entonces la oración nos parece una pérdida de tiempo y en los momentos de oración nuestra mente y nuestro corazón quedan rendidos al ídolo.

Leo textualmente: “… el equilibrio será el fruto de un camino de fe y abandono en el Señor, que obra por sí mismo a través de las actividades materiales mucho más de lo que nosotros mismos obramos en ellas”.

Si el trabajo es fruto de la oración, estamos creando con Dios, estamos construyendo su Reino.  Si nuestro trabajo está vacío de Dios, se convierte en un ídolo, y construimos la Torre de Babel.  No importa el tipo de trabajo o actividad, lo que importa es el motor que lo genera. Para que el motor sea el Espíritu Santo es necesario llenar el depósito con el mejor combustible: La oración.

Este es el gran reto: Enamorarse de Dios tanto y tan profundamente que deseemos un equilibrio entre la oración y el trabajo. Aprender a ser Marta y María en una sola persona. Que Marta desee sentarse a los pies de Jesús y que María desee servir a Jesús (en todas nuestras responsabilidades y trabajos.)

¿No sería esto la vida contemplativa en el mundo? ¿No sería haber encontrado el equilibrio de la vida?

Pienso que para ello es condición afrontar y buscar el equilibrio como una gracia, como un don de Amor, y no como una obligación.

Ora et Labora et Gaudete Semper

Reza y trabaja y alégrate siempre.

Tina Parayre

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