El Camino Cisterciense,(André Louf) comentario al capítulo 8:
Otium negotiosissimum. Un descanso muy laborioso
Nota: antes de leer este comentario, es aconsejable leer el capítulo 8 del libro citado. Y aun mejor leer el libro entero. |
Sobre el Trabajo y el Equilibrio de Vida
Se podría decir que, André Louf, en los capítulos anteriores del libro describe el núcleo de la vida cisterciense, lo esencial del carisma a nivel espiritual. Pero no podemos olvidar que el lema y leitmotiv que describe la vida benedictina/cisterciense es “Ora et Labora. Ello nos indica que la vida cisterciense se desarrolla y se sostiene por estas dos columnas: Oficio Divino-Lectio Divina y Trabajo.
El capítulo 8, está dedicado al trabajo y, a lo que los laicos hemos dado en llamar, “Equilibrio de Vida”.
En la vida monástica, una de las soluciones para conseguir este equilibrio es tener una jornada muy organizada y seguir estrictamente un horario, cuyo objetivo no es otro que distribuir el tiempo de forma que facilite este equilibrio.
Todos estaremos de acuerdo en que éste parece ser un escollo muy difícil de superar en la vida de un laico cisterciense en el mundo.
Desarrollaré este comentario siguiendo las diferentes secciones con las que André Louf divide este capítulo.
1. La Oración de las Horas
El Oficio Divino – la liturgia de las horas – es el motor de arranque de la jornada y el esqueleto que sostendrá y alentará toda la vida; lo que marcará el ritmo. Y este ritmo exige una alternancia constante entre el trabajo y la oración.
Sin duda esta alternancia crea una gran dificultad y una continua ascesis. ¿Pero qué es lo que crea tanta dificultad en esta alternancia? En mi opinión quizás sea que nos atrapa más el trabajo que el deseo ardiente de dejarlo todo para estar “solo” con Jesús. La facilidad con la que dejamos el trabajo para ir a la oración pudiera ser el termómetro que mide la temperatura de nuestro amor, igual que dos enamorados no dudan en dejarlo todo, sino que esperan impacientes el momento de encontrarse de nuevo a solas, (no hay que preferir nada al Oficio Divino…. No preferir nada al amor de Cristo”). En otras palabras: amar a Cristo es amar la oración y estar dispuestos a dejarlo todo para estar con Él en la intimidad, y sin que nada reclame nuestra atención, escucharle y responderle.
Por supuesto, viviendo en el mundo, el horario convendrá adaptarlo a nuestras circunstancias y responsabilidades personales. A mí me ayuda mucho marcarme un horario, si bien éste debe ser absolutamente flexible a los avatares e imprevistos de cada jornada y sin rigideces en el cumplimiento. Pero del mismo modo que cuando estamos enamorados, nos angustian los inconvenientes y los retrasos en el encuentro con la persona amada, lo mismo deberíamos sentir por las interferencias en nuestros tiempos de oración.
Es cierto que es un gran consuelo tener la certeza de que Jesús también está con nosotros mientras trabajamos o atendemos nuestras responsabilidades familiares y sociales aunque no podamos prestarle esa exclusividad en la que descansa nuestro espíritu y nos hace más fácil sentir su presencia.
Me ha llamado mucho la atención este comentario: “La obra de Dios (Opus Dei), llamada así no sólo porque está totalmente consagrada a Dios, sino también y sobre todo porque Dios mismo actúa a través del corazón que se abre a él”. ¡Dios trabaja más fácilmente en nuestro corazón cuando nosotros descansamos en Él!
Todo lo comentado me suscita una pregunta y un reto: ¿Es posible adaptar el modelo cisterciense a la vida de un laico cisterciense?
2. “A otras horas el trabajo manual” – 3. “In omnibus réquiem… Reposo en todo”
En estas secciones André Louf, nos presenta una revisión histórica del conflicto para regular y compatibilizar el trabajo y la oración. San Benito lo resuelve garantizando un tiempo de ocho horas al trabajo. Pero lo que me ha resultado realmente inspirador es la actitud que nos propone Guerrico de Igny: “En todo trabajo busca el reposo del alma: mientras rezas anhela el trabajo, mientras trabajas anhela la oración, uniendo a Marta y María en una sola persona.”
También en la vida monástica hay muchas veces conflicto entre la oración y el trabajo. Incluso en el monasterio es difícil encontrar este equilibrio. Me consuela este hecho, porque nos revela que es una dificultad que tiene que ver más con nuestras actitudes que con la realidad en la que vivimos. Y eso significa que como laicos cistercienses también podemos superarla.
Un nuevo reto se abre ante mí: orar anhelando trabajar para Dios; trabajar anhelando descansar en Dios. En esta disposición estamos siempre con el corazón puesto en Dios. ¿Podríamos llamarlo vida contemplativa? ¿Oración continua e incesante?
4. “Un trabajo saludable”
El trabajo es necesario para “sanar” la vida espiritual. Es necesario para que nuestra espiritualidad se humanice. El trabajo es redentor. El trabajo nos une a la creación de un mundo nuevo. De nuevo, Guerrico da un enfoque del trabajo que los laicos cistercienses deberíamos adoptar: “El trabajo es una carga que, lo mismo que un peso para los barcos, da estabilidad y equilibrio a los corazones intranquilos, y además se establece y se pone en orden el estado del ser exterior”. Juan Casiano habla del trabajo “como un áncora capaz de dar estabilidad al casco del corazón, sobre las aguas tumultuosas del pensamiento.”
¡Que gran sabiduría aplicable a nuestra propia vida!
Y aquí va el nuevo reto: El trabajo puede ser oración. Transformar nuestra experiencia del trabajo en una gracia transformadora que nos une al Creador y nos redime.
5. Un equilibrio que hay que buscar
Esta sección parece haber sido escrita para nosotros, los laicos cistercienses. Creo que deberíamos leerla con frecuencia para aprender a situar el trabajo en el lugar que le corresponde.
Los laicos cistercienses deberíamos estar atentos, al igual que los monjes cistercienses, para que el trabajo no se apodere de toda nuestra voluntad y de nuestro tiempo. La fórmula es estar enamorado de la lectio y la oración… y en lugar de caer en el activismo, entregarse al amor.
El peligro es crear un ídolo del trabajo y enamorarse de él. Entonces la oración nos parece una pérdida de tiempo y en los momentos de oración nuestra mente y nuestro corazón quedan rendidos al ídolo.
Leo textualmente: “… el equilibrio será el fruto de un camino de fe y abandono en el Señor, que obra por sí mismo a través de las actividades materiales mucho más de lo que nosotros mismos obramos en ellas”.
Si el trabajo es fruto de la oración, estamos creando con Dios, estamos construyendo su Reino. Si nuestro trabajo está vacío de Dios, se convierte en un ídolo, y construimos la Torre de Babel. No importa el tipo de trabajo o actividad, lo que importa es el motor que lo genera. Para que el motor sea el Espíritu Santo es necesario llenar el depósito con el mejor combustible: La oración.
Este es el gran reto: Enamorarse de Dios tanto y tan profundamente que deseemos un equilibrio entre la oración y el trabajo. Aprender a ser Marta y María en una sola persona. Que Marta desee sentarse a los pies de Jesús y que María desee servir a Jesús (en todas nuestras responsabilidades y trabajos.)
¿No sería esto la vida contemplativa en el mundo? ¿No sería haber encontrado el equilibrio de la vida?
Pienso que para ello es condición afrontar y buscar el equilibrio como una gracia, como un don de Amor, y no como una obligación.
Ora et Labora et Gaudete Semper
Reza y trabaja y alégrate siempre.
Tina Parayre
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